Aché pal misionero de Cuba

San Lázaro no fue cubano. Ni siquiera de América. Tampoco viajó a este extremo del mundo, pero aquí le quieren y veneran como al más grande de los proveedores. Tanto que por estos días, a fieles o quienes atestiguan su existencia por obras milagrosas se les puede ver en los actos de fe más insospechados. Unos arrastran piedras por las calles más concurridas, en tanto otros van al Rincón con ofrendas, luego de largas caminatas a pie o de rodillas. Les llevan flores malvas, porque la santería africana lo ató a ese color desde siempre, quizá porque así entendieron del relato bíblico el  sopor de las llagas descritas en el Nuevo testamento.

Esa fe en Cuba agarra tales dimensiones, que San Lázaro es el santo más venerado luego de la Caridad del Cobre. Lo alaban por aquel pasaje donde Jesucristo le devolvió la movilidad con solo ordenarle que andase. Otros creyentes interpretan la profecía con ruedos más impresionantes. Se dice que Lázaro murió y el mesías le hizo resucitar, sin más razón que el dolor de sus hermanas Santa María y Santa Martha de Betania.

Yo creo en San Lázaro, no solo porque comparta su nombre. En mi vida, según mi madre, está el misterio del Santo asociado al nacimiento. Cuenta ella, que no es devota, que la fecundación se le resistió durante 6 años de intento, pero en un arranque de fe o desespero prometió a una imagen que si venía el hijo le nombraría Lázaro. El santo oyó su plegaria, como mismo debe suceder con los más de 15 mil peregrinos que llegan a su casa de un barrio apartado de Boyeros, vistiendo ropas de saco o solo para llevar una vela. San Lázaro tiene tal poder de convocatoria que obliga a cerrar el tráfico en las calles y avenidas circundantes al santuario del rincón y la noticia hasta la publican en la televisión y los diarios.

Este año, que me adelanté al 17, fui a su encuentro a pedir lo que pedimos todos los cubanos: la salud, la tranquilidad, la paz interna y con los otros y todo eso también para mi familia. Porque a San Lázaro no se le pide dinero, ya lo hemos cargado de tanta enfermedad y sufrimiento que Babaluaye no puede pensar en las ostentaciones de los jactanciosos.

CICLÓN, UNA CRÓNICA

Cuando ella y yo dijimos a media tarde “ya está en Cuba” no hubo sacudida anterior que comparase lo que esas palabras provocaron. Entonces recordé el mismo dolor de 2002 y de 2008, porque quien le conoce la furia a los ciclones sabe que cuando llegan no entienden de familias humildes o buenas personas. Y cuando el muchacho, sobre las 9, dijo a través del teléfono Baracoa está totalmente destrozada, esa sensación de las 4, terminó convirtiéndose en frío, tanto que heló mis sensaciones.

Vivir un huracán desde lejos, antes y después del huracán, es sufrirlo dos veces. Uno sabe con anterioridad lo que viene, sin medias tintas, porque la ciencia lo anuncia y los militares ejecutan para evitar los dolores. Privilegio tener ambos, cuidando desde los radares y desde la evacuación la vida, las camas, los techos. Pero los ciclones cuando vienen bien alimentados, olvidan los sacrificios para tener un hogar. Es como si todo el odio se volcase sobre los pueblos, no importa su historia, ni la precariedad de su gente. Los huracanes son gente mala que no aprendieron a discernir entre quien lo merece o no y su egoísmo desmesurado solo estima en ganar más fuerza para cuando llegan a tierra soltarles todo ese mal genio, que la naturaleza, después de DOS mil años, no ha podido educar.

Ese sacrificio que las tormentas desentienden lo sienten los rostros caídos de las personas sin casa que nos muestra Internet desde Oriente, los árboles que no volverán a madurar fruto alguno, los cables por donde otra vez no recorrerá energía, las tejas rajadas que difícilmente volverán a dar cobija, el malecón que en buen tiempo no acompañará las caricias medio encubiertas de amantes nocturnos o pescadores ilusionados con el alimento del día.

El ciclón prefirió el silencio y la soledad, por eso dejó sin cabellos a las montañas que cuidan la espalda del pueblo, quitó el tono de los teléfonos y algunos solo quedaron con una fea caldera para cocinar los granos del día. Arrancó los pedazos de camino para que la ayuda demorase, como si la gente de allí hubiese molestado a algún poder superior.

Yo quisiera ir a Maisí, a contar las historias, a ser partícipe de la reconstrucción. Yo quisiera llevar un poco de aliento a Baracoa, una esperanza. Si yo estuviera allí escogería la crónica, porque no hay género que pueda como ella gritar el dolor, la tragedia.

La creencia insatisfecha

Papeles. Ante mi papeles. En mi mochila un manojo de cartas estrujadas con el olor a desgracia que le impregnan sus remitentes. En el teléfono, decenas de números sin nombre que llaman y cuelgan, o lloran, o se quejan, o piden una cita para exponer su desangre cotidiano. En el buzón del correo electrónico se acumulan otros textos con escuetos asuntos y extensos pesares, dolores de negros y blancos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos. Vienen en cualquiera de los formatos, no importa si es el lleva y trae que alerta sobre la desatención o la mala cara o el muy contemporáneo mensaje de texto que, sin saludo aparente, golpea la pantalla del móvil con la pesadumbre de quienes lo pulsaron. Para mucha gente, llevar sus problemas irresueltos a la prensa para buscar su atención y posible presión sobre los responsables se ha convertido en la última bocanada, cuando las instituciones desatienden, mal atienden o se desentienden de su problema.

La filosofía del tin se ha hecho dueña de los trámites. Aquello de nuestros viejos de que si tin tiene vale y si no, que se vaya por el barranco, cobra fuerza, y qué fuerza, convirtiendo oficinas de atención a la población en un mercado oculto pero a gritos, donde si no penetras no resuelves. La vorágine de la diligencia pendiente arrastra a pudientes y menos empoderados a estirar el bolsillo, algunos a gusto para evitar el tiempo de espera, otros a tenor de los ahorros de sabe Dios cuánto, porque la necesidad, en esto de los papeles, también hace parir hijos machos. Se pide desde las formas más encubiertas, tipo las gestiones aquellas de El Tavo, desempolvadas estos días, o a través de las más descarnadas maniobras de trueque de servicios. Por lo claro, en buen cubano, te montas en el pago o esperas, y esperas a veces para conseguir nada.

Lagunas que se hicieron con algunas leyes nuevas, que separaron funciones pero delegaron, por tanta gente inmersa, el mejor papel al soborno. Evidencia. Para hacer una obra, digamos de la vivienda, al menos intervienen tres funcionarios, sin subordinación uno de otro, y cada quien,  de los que se llevan por el siempre apetecible “sacrificio del dinero”, pone precio a su servicio. Arguyen la falta de material para realizar los dictámenes, de transporte, de salario. Ay, el salario, ese maldito obsequio de mediados de mes que se aprovecha no solo para ir de compras cuando el recibo lo permite. Ganar poco se ha convertido también en subterfugio para permitirnos robar o ser robados, porque la teoría de la lucha siempre bien justificada en el ambiente de la dura calle, nos gana, en tanto no hemos resuelto la dicotomía que nos plantea la mejor remuneración para quienes sirven croquetas en un bar a contrapelo de los escasos pesos para los profesionales. Pero como eso del pago, para resolverlo dependerá de MÁS en la producción, que ampare MÁS dinero en poder los ciudadanos, los trámites merecen que no enmudezcamos, la prensa, por la presión que observan algunos, ante la denuncia mediática. Si las personas acuden como vía de solución a los periodistas, a los espacios de opinión o de queja, es porque no encontraron respuesta en los establecimientos facultados para hacerlo, negando la legitimidad y encargo que sobre sí pesa, y lo que es peor, abren paso a la pérdida de la credibilidad institucional de la que debe temer cualquier sociedad.

Se llenan las redacciones, los móviles, los correos, las mochilas con asuntos, a veces intrascendentes, muchos, competencia de derechos que se otorgan a las personas equivocadas o a nadie. Pero cuando la prensa lo dice, cuando el periódico lo escribe con nombre y apellidos o la radio lo grita entonces aparecen los responsables y las explicaciones, que debieron surgir antes, cuando el afectado fue por ellos. Y cuando son las cámaras las interlocutoras entonces se magnifican los impactos, y si se prescinde del sumo cuidado puede perder el trámite, el tramitado y el vocero. ¡Qué no sabremos!

Lo saludable sería que nuestras oficinas para atender a la población, de cualquier tipo, fueran reservorio de lo expedito, un guiño al buen hacer, para aquietar los ánimos exaltados de quien no consigue. Si ayudaran también los tiempos cómplices del maltrato otro gallo cantaría. Aunque las esencias, a las que prefiero acudir, están en las manos y la voluntad de los empoderados con firmas y diligencias. El trabajo sucio de algunos y la indignidad de otros no pueden seguir acumulando las ofertas de temas que la prensa recibe de los públicos. La creencia insatisfecha de que los periodistas pueden solucionar todos los problemas, en cualquier caso no es responsabilidad solo de los periodistas ni de quienes lo piensan.

Elegía a la cola

Las colas muy pocas veces tienen bien habido su nombre. Jamás una termina donde se cree que termina, porque se cuelan, en la cola, los cercanos, los amigos, o los que pagan para no quedarse en el rezago de la cola.

Sí amigos, porque, ¿quién es la cola para no ser corrompida? Hemos llegado a quererla, la pobre, tan cercana y necesaria, que para legitimar su organización apostamos hasta por pagarla. Dicen que pasa en alguna que otra notaría, donde se arman tempranito para clasificar entre los preciados primeros 25, porque el calor, la falta de aire, la necesidad de que los notarios adelanten trabajo y otros porqués de las molestas colas, limitan la cantidad de público a atender en las oficinas. Los que prefieren soltar el dinerito antes que el madrugón poco conocen seguramente el intríngulis de esa desesperación sin orden aparente, que convoca cautelosa a ser su partícipe.

No hay colas buenas ni colas malas, aunque algunas son más agradecidas. A mí hay filas que no me incomodan tanto. En las tiendas, por ejemplo, no importa que solo vaya a pagar un económico picadillo, irrita poco cuando la cajera te deja plantada (la cola) para atender el teléfono. -Aclaro que me gusta el picadillo de pavo-. No dejo siquiera sublevar los ánimos cuando ella, la dependiente, se mueve a buscar un post, que está en otro departamento. Si la cola está bien aclimatada, o sea, el recinto tiene un aire acondicionado que parte, como dicen mis vecinos, podría esperar incluso hasta que la cajera en persona vaya por efectivo para el recambio, o que termine su horario e almuerzo. Adoraría al menos un ventilador, no importa si es Inpud, cuando estoy en una cola, aunque no sea tan agradable.

La cola, como fenómeno en sí, ni siquiera como término, ha sido fácil de someter ni entender. Qué complejo fue de niños ponerle la cola al burro, o ahora de grandes encontrar un saco de cemento, de cola, económico. Cuánta cola loca que nos venden se diluye en aguachirri inservible. La Tu Kola, de Ciego Montero, es también una pésima copia de su homónima norteña.

Y aunque dicen que la bonanza de la cola estuvo por los 90, en estos casi 30 años después algunas siguen conservando su popularidad de antaño. La cola del pan y la de la aspirina en la farmacia, aunque ya no se vende tanta aspirina como antes, al menos no dentro de la farmacia. Ahora las colas son hasta más tecnológicas, se rejuvenecen. Se hizo popular hace unos meses la de la cajita para la recepción de la TV digital y la de la cocina de inducción, que dicen volvió a empoderar la libreta de abastecimiento, aunque algunos aseguraron su venta de manera liberada. Esa es otra que bien baila, como la cola, digo la libreta de abastecimiento. ¡Cuántas colas para comprar sus encargos no habremos hecho los cubanos!

En estos tiempos de reguetón a pulso, en que las colas están a pululu, tomando prestado el término, hay quien hasta le ha cantado. Dicen los magnates del género urbano Yomil y el Dany, que con ellos hay que “coger la cola”, apología de su supremo liderazgo en el cantar de barrio. Tienen que quererla muchísimo, a la cola, porque Yomil y el Dany son los cantantes del momento en Cuba.

La cola tiene su relación también con la religión afrocubana. Así lo veo desde que reporto trámites, sobre todo de la vivienda, la planificación física, ETECSA o la Empresa eléctrica. Lo mejor en cualquier caso, es no tener que toparse con esas colas medio santeras. Dicen que en esas oficinas, si tienes un buen padrino, no te bautizan precisamente, sino que pueden ubicarte  en un lugar de privilegio de la cola, o evitártela. Sea una u otra, incluso la de la acera para tomar un almendrón esquivo, la cola es parte del cubano, como el capitolio o el pollo, ya saben a qué pollo me refiero. Por eso recomiendo amarla y respetarla, como anciana asentada en la vida de este pueblo. Respetarla sin porfías oportunistas que puedan corroer su buena fama, mantenida por los siglos de los siglos.

Reportajes

Odio los reportajes sin brillo, sin matices, los que no analizan, los que se parcializan, los que no miran todas las aristas de la realidad. Odio el reportaje complaciente, los que se quedan con funcionarios justificadores y personas que hacen catarsis aprovechando el arranque de los reporteros. Odio el tiempo televisivo que se emplea inadecuadamente en decir boberías sin contraste, la falta de fuentes, la escasa valentía.

Se necesita, en consecuencia, armonía en el discurso del reportaje, las observaciones cruzadas, la interpretación, la mirada atenta, aguda, que desestime el convencimiento rancio de directivos descomprometidos y personas oportunistas por resolver un asunto que antes no intentaron zanjar ante las instituciones. Es igual de encantador el arrojo, la mesura en las proyecciones, la sutileza.

Si cada uno de ellos, los reportajes, estuvieran sazonados del párrafo segundo, adoraría cada uno. Pero odio a quienes, imperdonablemente, escogen para tan perfecto género el descrédito del párrafo primero. Y odio más cuando no hago un buen reportaje.

Western Union y la planificación

Para ordenar nuestra sociedad los servicios no pueden ser un dolor de cabeza, ni siquiera para los cientos de habaneros que este lunes intentaron cobrar efectivo del servicio Western Union. Muchos caminaron infructíferamente por Centro Habana, Cerro, Playa, y algunos puntos de Plaza de la Revolución. En otros de Marianao la respuesta fue “No Hay dinero”. En situación parecida se encontraba el céntrico mercado de 100 y 51, de Marianao, donde un cartel anunciaba que no había conexión. Al preguntar a especialistas de mercadotecnia de la corporación CIMEX la respuesta fue que “hubo problemas de Trasval. En tiendas con Western Union donde el servicio sí contaba con efectivo, como La Puntilla y la ubicada en 11 y 4, de El Vedado, decenas de personas esperaban para el cobro de su transferencia. Hay novedosos carteles incluso para que los clientes no se molesten en preguntar, como el que les comparto. La planificación acertada a la que nos llama la dirección del país no puede admitir tales desentendimientos.

Los almendrones y los análisis

Se necesitaron 3 días para decidir cómo controlar el “abuso” de los boteros y más de 6 meses para frenar el aumento de los precios de los alimentos en el mercado (aún no resuelto). Más de dos años El Trigal estuvo apretando fuerte los bolsillos de gente humilde que no encontraba la malanga en las tarimas estatales, y solo después de ese tiempo tiramos la casa por la ventana, al cerrar el único concentrador de producciones agrícolas y dando luz verde al arribo de camiones a hurtadillas. Claro, ahora esos vehículos abastecen a carretilleros y mercados “boutique” escondidos de la policía en los barrios periféricos de La Habana.

Según varios análisis de algunos colegas en medios de prensa, en esto de la transportación privada, “los malos” son los choferes porque suben el pasaje aun cuando el combustible no ha variado un centavo en el servicupet. Cálculos presurosos que llevaron a las autoridades de la capital cubana a un análisis. Si bien es cierto que pagar 2 CUC por un recorrido que antes se satisfacía con 10 pesos cubanos desangra a quienes usan esta manera de llegar a sus trabajos o centros de estudio, nadie parece darse cuenta de que el origen del viejo conflicto no está del todo en quienes van tras el timón, aunque sean estos los que imponen las tarifas y muchos especulan con la necesidad ajena. Subyace una estrategia desacertada, que nació con la ampliación de las licencias, asilada en el principio de la oferta y la demanda.

Y esto de la oferta y la demanda, traída al sector no estatal de la economía cubana, no fue invento de los cuentapropistas. Por eso, amparada en una legalidad sin respaldo, la emergente clase privada en el ámbito de la trasportación, exige el pago que estime, en tanto existe esa posibilidad. Pero más allá de una política para la que Cuba no tiene ni respaldo productivo ni de servicios, hay otros asuntos que debieron resolverse, antes que la crisis del combustible llevara a estas tensiones.

Cuando se aprobó el trasiego interprovincial de porteadores privados (camiones habilitados para llevar personal de una provincia a otra) hacia algunos territorios como Pinar del Río , el estado asumió la venta del petróleo a esos operadores, a precios preferenciales. Tanto fueron beneficiados que lo adquirían en las propias terminales de ómnibus urbanos, al tiempo que los almendrones seguían corriendo la suerte del precio de la calle y los pocos honestos, o tontos, que llenaban sus tanques en el CUPET.

Los almendrones sembraron el desorden en el combustible estatal, que se comercializa a través de tarjetas. En muy pocos registros de las bombas de diésel consigna el abastecimiento de los viejos autos, porque los choferes estatales bien se las arreglaban para suministrárselo. Precios hasta hace unos días que no excedían los 10 pesos cubanos por cada litro, hoy rondan los 20, una emergencia que ha alterado a los “boteros” y los costos de su servicio.

Tampoco se trazó política alguna para abastecerles sus partes y piezas o al menos repararlas, ni siquiera llegar a un convenio justo para cambiar los vehículos, altos consumidores de combustible, en muchos casos con fallas en la combustión y el consiguiente perjuicio al medio ambiente. Y esos viejos autos hoy mueven un número considerable de capitalinos y viajantes de paso.

Hay dos escenarios que hoy se dan ante las medidas anunciadas y ya puestas en vigor. Algunos apuestan por parar sus motores y generar una crisis mayor del transporte en la ciudad, y otros, los más habilidosos, hacen viajes por tramos cortos para justificarse y evitar la denuncia que ahora cualquiera puede hacer con solo llamar a un número de teléfono. Pero ninguno de esos contextos convierte a los choferes privados en responsables absolutos del incremento del precio del pasaje, aúnque sí lo son del abuso. Hay una esencia en el control deficiente, por años, en el combustible.

Cualquiera que sea el desenlace del conflicto habrá que mirarlo con tino, para no afectar a la población que sí necesita de estos medios de transporte. Apelar a la conciencia es también importante, porque no solo con poner coto al robo del combustible estatal tendremos un contexto diferente. Sin medias tintas hay que darle lo que lleva a quien intente especular con la necesidad del otro.